Fuente de la Imagen (recopilada de la web): luthien-cantodesirena_blogspot_com
Una vez escuché contar esta
historia a una niña que esperaba que la siguieran en su camino, pero nadie
llegó. Una vez escuché que para un escritor, lo más poderoso del universo que
existía para que escribiera era una profunda tristeza que se anidase en su
corazón, y comprobé que era cierto que la tristeza movía de manera involuntaria
las letras y rellenaba espacios en blanco, quizá la tristeza es mucho más
poderosa que cualquier alegría que acontezca. Esta es la historia de una niña
que esperaba…y en la espera se convirtió… quizá en algo que en esencia no era.
No, no me sigas por favor, ya me
he acostumbrado a que las personas me dejen ir, quizá siempre tuve aquella
necesidad de partir, y por supuesto de que me persiguieran a dónde quiera que
yo fuese, pero era un sueño infantil que duramente aprendí, recuerdo que una
vez me fui y creí que me seguirían, irónicamente pensaba que valía tanto la
pena como para que corrieran tras de mí, creo que alguna vez experimente
aquella sensación y fue desastrosa, pero insistí, creo que algunas veces corrí
yo; corrí con todas mis fuerzas para alcanzar una estrella roja que veía
perdida, así que avance como el viento y no llegué. Después con el tiempo quise
experimentar otra vez, lo que se sentía correr y recorrí largas distancias,
lejos del mundo, lejos de todo, volando al firmamento, alcanzando las
estrellas, tocando el cielo, la luna y todos los planetas.
Y los planetas me sonrieron y los
astros me abrazaron; y en mi imaginación yo volaba acariciando los anillos de
Saturno, viajando por la inmensidad de diferentes universos, hasta que decidí
quedarme en un planeta que parecía abandonado, triste y solo, sí, abandonado
por todos, y me sentí feliz, quedándome quieta solo mimando mi planeta; pero
como en todo, llegó ese día en el que el planeta lleno ya de vida decidió que
ya no quería la mía.
Y entonces comprendí, que la
fuerza de sus volcanes interiores, que la fuerza de su mar, de su propio cielo
y de su propio firmamento era demasiado para mí, así que después de crecer
dentro y fuera del planeta decidí, que debía dar la espalda para no ser herida
o lastimada, pues sus vientos eran extremadamente fuertes.
Como niña creí que el planeta que
había construido a base de cariño me diría: “no te vayas, quédate a mi lado”,
pero no fue así, un silencio sepulcral tumbo el aire, las nubes comenzaron a
oscurecerse y el cielo del planeta se torno negro, completamente negro, no
había estrellas, ni ganas, ni siquiera estaba ya la melodía del viento.
Tomé mis cosas y comencé a volar
de nuevo, siempre mirando atrás, como había visto en las películas románticas,
esperando que hasta mi llegará el planeta y me dijese: “ven, abrázame, quédate
quieta”. Y mire, y mire y mire….
Pero nada, ni siquiera una
estela, ni un asomo de tristeza, solo me siguió el silencio sepulcral que
habíase quedado ya sembrado en mi cabeza.
El tiempo pasa rápido y los años
no perdonan, con tristeza la niña creció y fue dándose cuenta que las sonrisas
los recuerdos y los bellos momentos pueden deshacerse por instantes con un
momento de tormentas, solo quedan fantasmas en los rincones que recuerdan
sinsabores.
Sin embargo, pese a todo la niña
creció se convirtió en mujer, una mujer esperanzada como la niña que esperaba
que su planeta reaccionara y fuera como la fuerza de gravedad de nuevo, a
rondar a su amada.
Vashdaryan.
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