En la
oscuridad de mi interior se encuentra el ser que ha habitado por muchos años.
Soledad y confusión fueron los que crearon a la persona que por siempre se
mostró presente. Intentando evitar realidades creadas por el destino que siempre
rodeó con firmeza y determinación la existencia que en mí habitaba.
Abrazaba
como lenguas de fuego y rasgaban sin piedad mi cuerpo demacrado, envolviendo mi
vida en un deseo inagotable de venganza y odio; corrompiendo la razón aún
consciente, ya dando los últimos signos de vida.
He
renacido… Como de las cenizas renace el fénix, he vuelto para desterrar de mis
memorias a las pocas existencias que de mí se burlaron; miserables ante mis
ojos, insignificantes vidas mortales que aún con ceñudo semblante se atreven a
retar mi absoluta resolución.
Un cruce
fugaz de miradas muestra la desesperación que les provoca mi sola presencia.
Atados a un solo deseo de escape que se esfuma a cada aproximación de mi parte.
“Tengo miedo”, piensa uno de ellos. Una sonrisa se asoma en mi rostro como
respuesta ante absurda afirmación. El viento desgarra aromas y temores,
haciéndolos acercar a mi nueva forma… Destello. Un grito. Mar rojo. Muerte.
Oscuridad. Nada.
La noche
vacía, con el silbido del viento que golpea mi rostro. Silencio. Respiración
agitada. Excitación. Deseo. Muerte… Me levanto y en mi mano ceñía mi cómplice
de venganza. Todo se ha terminado.
Satisfecha
de mi acto me adentro a la oscuridad, mi ahora compañera, mi siempre fiel
amante que esconde mi figura de otros seres.
“Todo se
ha terminado”, repito una y otra vez. Y aún sigo en busca de la persona que fue
la causa de lo que ahora soy… Mi deseo. Anhelo tener en mis manos la forma
lánguida de su cuello, palpando el incesante palpitar de su corazón y la desenfrenada
respiración de terror…
Y aún
sigo buscando…
Isabel N. Osnaya
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