Imagen de : Victoria Francés
El violín toca con su ritmo
lento, es un letargo, es un lamento; las sombras se ocultan y una vieja
partitura mágica guía al violinista en su espectral melodía.
Una joven maravillosamente
hermosa posa sus manos color nácar en su rostro, dos lágrimas le recorren las
mejillas como si surcaran dos hermosas y pálidas montañas.
Esta es la despedida del cuerpo,
aquella que se lanza al abismo del sepulcro invadiendo cada espacio de su ser.
El violín acompaña la tristeza de
aquella mujer que se despide, sus largas uñas color sangre acarician con
nerviosismo sus propios labios.
Le ha matado porque tenía la
necesidad de hacerlo, la ha dejado partir del otro lado porque era sumamente
necesario.
Sin embargo en esta historia
existe algo más allá de lo prudente y de lo extraño, es un vampiro, un ser de
la noche, ella es la gran Erzebeth, vencida por el beso de lo eterno, aunque
suspira para que sus días terminen no pude dejar que la muerte se lleve lo que
más ama, sus propios sueños, transformados en tétricas muecas de dolor.
Llora pero no de tristeza.
Llora pero no de alegría.
Llora porque necesita del llanto
para tener valor.
Ella atentaba contra las leyes
del vampirismo, salía de día a pasear, con su largo vestido blanco con tinta de
sangre, sale en mil espacios, deja que la miren cual ángel nocturno y pasea sin
sentido por las calles de la gran ciudad.
Todos al mirarla son hipnotizados
por su andar.
¡Oh! dulce Erzebeth, moradora de
las tinieblas
¡Oh! dulce fantasma, dulce
resquicio de nada
¡Oh! Erzebeth mi criatura preferida
Danzas con las tinieblas y las
abrazas,
¡Oh! mi dulce amada, mi bruja
adorada.
De tu largo cuello desearía beber
y morar contigo en la eternidad.
Dulce enamorado de tus pasos al
andar.
El violín toca una vez más, el
hombre que le abraza imagina que le ayuda a caminar, un canto celestial resurge
de la noche, una dulce caricia que se entrega al alma de los presentes en el
funeral.
Erzebeth te he matado.
Ha decidido que sea ella, quien
en ese ataúd de piedra descanse eternamente, ha decidido que sea el quien
termine con el vampirismo para siempre.
-Abrázame, y en ese abrazo
fúndeme.
-Abrázame, y en ese abrazo
resucítame.
No existe hilo rojo en esta
historia, no hay principio ni fin; el que ahora escribe ha sido esclavo de los
dulces besos de Erzebeth, es el esclavo que intenta salvar su propia alma; ya
que su cuerpo está atrapado, completamente perdido en el blanco cuello de Erzebeth.
Sus hermosos ojos negros, mi
vampira; no puede en ella existir amor o bondad, es un animal sediento de
sangre, la he visto devorar: infantes, mujeres; he incluso la he visto matar sin
piedad; sin piedad, la he visto arrancar a sus hijos de su descanso y lanzarlos
al sol, solo por el placer de verlos calcinados.
Mi vampira, mi tétrica vampira, cuando
te he creado jamás imaginé lo que la gente hubiese pensado, tu cabello de fuego
son las llamas de mi infierno, tus manos son el terrible suplicio de cada uno
de nuestros encuentros.
Déjame mirarte una vez más
Déjame tocarte una vez más
Deja que acaricie tu cabello
Deja que me pierda en tu cuello
Oh mi monstruo, mi esperpento
Debo terminar lo impuesto, tú sed
nos pone en riesgo a todos, no tienes límites ni fin, no puedo decir que te
amo, pues dicho parámetro no se ajusta conmigo, no puedo decir que te extrañaré
pues dicho concepto no existe en mí.
Adiós hija mía, quien crea tiene
todo el poder para destruir sin piedad su creación.
Adiós maldita mía, adiós mi dulce
y pérfida pequeña.
Mora ahí en las tinieblas
lapidada detrás de aquellas paredes muertas como tú, encerrada en esta torre,
acuérdate de ellas, acuérdate de todas las pequeñas que desangraste para
rejuvenecer tu marchita piel, tu putrefacta alma.
Y acuérdate de mí, la
esquizofrenia de tú alma mientras escribes estas letras en tu
dilapidación.
El violín toca con su ritmo
lento, es un letargo, es un lamento; las sombras se ocultan y una vieja
partitura mágica guía al violinista en su espectral melodía.
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