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El tiempo me cuenta la historia de mi vida. El destino muestra las
caídas en ella. Se mofan de mis absurdos intentos de supervivencia, ahora
agotados. Se escabulle la valentía de mi cuerpo y se adentra el miedo en busca
de un ser frágil: el mío.
Cada noche la Luna me muestra un camino nuevo, una oportunidad nueva de
felicidad. Me abstengo.
El temor está más arraigado a mi corazón, impidiendo el ser capaz de
otorgarme una nueva oportunidad en mi destino. Los recuerdos se hacen cada vez
más presentes, como una inagotable señal intermitente de precaución impreso en
ellas.
De nuevo la noche, y como siempre la Luna me contempla paciente,
esperando el momento en que decida extender mis brazos y dirigirme a su sendero
marcado.
Su brillo rodea mi figura, impidiendo a mis recuerdos y temores el
apuñalarme, incesantes, con sus espinas venenosas. Inunda mis ojos con la luz
que desprende de ella, invitándome nuevamente a ser parte de ella. Me arriesgo.
Aparto las cadenas que rodean mi cuerpo, me libero de la prisión del
miedo para dirigirme a un nuevo destino al lado de la Luna.
La Luna me acurruca en sus brazos, y en un dulce susurro me jura:
-Jamás estarás sola-. Y le creo. No hay necesidad de dudar.
Esa Luna estuvo en espera de mi decisión, paciente, siempre observando
y cuidando. Esa Luna me seguía día y noche, sin apartar su presencia de la mía,
mostrándome cada día el pensamiento: “Siempre estaré junto a ti”… Y ahora esa Luna
me protege, teniéndome a su lado, para siempre brindándome su luz.
Tú, mi Luna, que siempre alumbra mi cielo oscuro, te escribo éstas líneas,
las que tú observaste desde siempre nacer de mi pluma.
Mi Luna, por siempre serás tú. Ahora siempre recorro tu sendero para
encontrarme contigo; y ahora sincero, de éste cariño nacerá la luz que
alumbrará mis andares, pues como siempre, mi Luna existirá para cuidarme.
Isabel N. Osnaya "Melody"
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